22 diciembre 2006

Air Madrid, yo... y mi otro yo

Queridos amigos:

Después de varios meses en los que por pereza o por pereza no he actualizado el blog, me vuelvo a poner ante vosotros con la esperanza de que de aquí en adelante esto sea un ir y venir de pareceres.
Y, aunque me salga un poquito de la tónica del sitio (noticias), es necesario que retome mis labores relatando mi aventurero viaje de retorno a España.
No es necesario contar a estas alturas cómo el "asuntillo" de Air Madrid afectó a varios miles de pasajeros (entre los que, cómo no, me encuentro); por lo que explicaré cómo viví la milagrosa solución que mi gobierno encontró.
Todo comenzó el miércoles 20 a las 11:00 de la mañana en el aeropuerto de Santiago. El avión tenía programada su salida en 45 minutos, por lo que me senté a esperar tranquilamente. Una tranquilidad que se vio truncada con el anuncio de una empleada de Aerolíneas Argentinas no muy agraciada físicamente: el avión todavía no había salido de Buenos Aires por un problema eléctrico, por lo que se esperaba su llegada en unas dos horas. Dos horas... jeje. Cinco horas de atraso!!!
Cinco horas en las que tuve tiempo de ver a la Chica Romero en las pantallas de televisión del terminal más veces de las que la vi en todos los años de universidad. Un estupendo tour por Santiago para gringos, de todas formas. Te felicito.
Un tiempo que aproveché también para degustar el "sandwichillo" del Gatsby que tan gentilmente me regaló la compañía, cuyo pollo debía estar ahí desde que se inauguró el aeropuerto. Una delicia.
Finalmente, y después de haber maldecido para mis adentros a todos los de Air Madrid y Aerolíneas Argentinas, el pequeñísimo y destartalado aparato despegó con dirección a mi primer destino, la ciudad del tango, el fútbol y los bifes de chorizo: Buenos Aires.
Llegando a la capital trasandina fue que descubrí la existencia de más viajeros errantes como yo. En la cola de policía internacional escuché a unas personas con acento español hablando de qué iban a hacer en las doce horas que quedaban de espera para tomar el vuelo a Madrid. Sí, habéis escuchado bien: doce horas de aeropuerto antes de un vuelo de 11 y media. Tentador, ¿no?
Pues bien. Ni corto ni perezoso me acerqué mientras esperábamos las maletas a un chico joven, español y con cara amistosa, para preguntarle si sabía de la existencia de un lugar para dejar las maletas todos ese tiempo. "Casualmente" el buscaba lo mismo. Así que decidimos que, en lugar de morirnos de asco durante medio día en un aeropuerto, al más puro estilo Tom Hanks, lo mejor era que fuésemos juntos a Buenos Aires y disfrutar algunas horas de esa hermosa ciudad.
-"Por cierto, ¿cómo te llamas?"- pregunté yo.
-"Sergio"- me respondió. Y aquí entra en escena el otro yo del que hablaba.
Así que allá nos fuimos, en un taxi recomendado por una señorita muy amable que nos prestó hasta su mapa. Llegamos directos a donde queríamos ir: el barrio de San Telmo. Ese barrio romántico y bohemio del que hablan cantautores y poetas. Y no es para menos.
La zona tiene un encanto especial y la gente es entrañable y variopinta. Así que hablando de pintas nos tomamos una cervecita en este bar que hacía esquina, que contaba con una camarera de la que tanto yo como mi otro yo nos enamoramos.
Después partimos: Puerto Madero, la Casa Rosada, la histórica Plaza de Mayo con sus históricas protestas, la avenida 9 de julio, el obelisco... en fin, todo lo que se podía ver en pocas horas y a pie. Una experiencia inolvidable que me deja sólo con ganas de volver.
Bueno, eso y el bife de chorizo grotesco que nos comimos. Medio kilo cada uno, que no es menor.
Y claro, con el estómago lleno y el corazón contento, no quedaba otra para Sergio y Sergio que terminar la travesía bonaerense donde la comenzaron: tomando una copita en una terraza de la Plaza Dorrego, en San Telmo. No nos olvidaremos nunca de "El saumerio de Carlitos". (No penséis mal, Carlitos era un hippie que vendía inciensos y se paseaba de mesa en mesa entonando esa estrofa y alentando al personal).
De vuelta al aeropuerto, para que contaros. Tres horas de colas. En la facturación, en la policía, en el detector de metales, en el embarque... ah! y otra hora de retraso, solo para que lo tengáis en cuenta.
Así que, después de once horas y media más de vuelo aguantando a una azafata rubia de Iberia con coeficiente negativo, puse los pies en suelo español. Tengo que reconocer que apenas me contuve las ganas de emular a Juan Pablo II besando el suelo al llegar, de verdad. 48 horas de viaje lo habrían justificado. Pero aquí estoy. Otra vez cerca de los míos y lejos de los otros míos. Con un amigo nuevo pero echándoos de menos. Siempre deseando volver por vuestras tierras. Mis tierras.